domingo, 10 de octubre de 2010

La vocación genuina

el niño ve el pájaro y piensa en el gusto de su carne.
la niña ve el pájaro y quiere volar.

un niño o una niña ven el pájaro y sienten una tristeza infinita.

jueves, 23 de septiembre de 2010

cicatrices

Claro que todo el mundo
debería tener su propia canción de cicatrices.

No soy monstruosamente uruguayo,
es inaccesible
el tono menor que corresponde.

Los pibes tienen al vendedor de cicatrices a cada paso
y la niñez es eso.

Después sos la tierra,
llena de surcos.

La tierra no es del dueño...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Adán

Perdida
en la entraña de una ruina
una mujer ciega
entre gente joven
en generosa cantidad.

La plegaria de la mujer pide el rayo.

Desde la cómoda
pero ni para ella ni para nadie
mínimas formas materiales:
las cárceles de vidrio de las imágenes
sobre muebles que no significan otra cosa
más que su longevidad inverosímil.

Cabe preguntarse lo que va vale la plegaria de ella.

La vida sin conocer varón
las torpes conexiones familiares
que la redujeron a criatura de la sombra.

Cabe preguntarse lo que vale la creación visible.

martes, 27 de julio de 2010

estelar

Al lado
una mujer
desgañitándose.

La letra dice muchas veces
la palabra "yuta"
y la rima
sobre la primavera de Vivaldi.

Tal vez tenga sentido
preguntarle.

Es una mujer culta,
oculta;
sabe hacer de su grito
un violín furioso,
sabe llenar el aire de fuego,
sabe olvidar a los vecinos.

Conoce todos los insultos
y varios monosílabos
que usa como un albañil usa el cemento,
adhiriendo su canción
a la música de todos los notables.
Cuatro estaciones son pocas
para el año que le toca vivir.

Dieciocho gatos desde el tapial
vuelven a creer en Orfeo.

viernes, 23 de julio de 2010

mal día

Se levantó
vió los gatos con furia
y supo el día que le tocaba

Se propuso ser malvado en el momento en que pudo formular un pensamiento

Pero fracasó. Pocas convicciones

Moralmente, el azar podría llevarse hoy su existencia doblemente culpable

Por las dudas, dice antes de pagar que no tiene monedas, sólo el billete de cien.

jueves, 20 de mayo de 2010

Moral

Este científico de apellido Gueiguer o algo parecido inventó su propio contador de la moral, porque era científico católico.
Luego de la apostasía -su invento hacía innecesario a Dios- fue científico y mercader, y su dinero fue ilimitado porque todo el mundo quería saber si lo que hacía era bueno o malo.
Y el mundo siguió siendo un lugar horrible, pero menos hipócrita.
Ahora bien, la gente supo. Ese saber pudo disparar el furor del mundo por la ciencia (porque el saber engendra saber, y por la innata tendencia del hombre a la emulación), y florecieron los inventos inútiles que amasaban grandes fortunas para quienes tenían el ánimo dispuesto a explotar las necesidades que la gente aparenta tener.
Progresivamente, como en un cambalache, ciertas valiosísimas minucias esenciales quedan tapadas por los colores chillones que sirven para promocionar las porquerías. Después de comprar mi contador Gueiguer de la moral, se me ocurrió inventar el famoso identificador de estúpidos, y aunque la gente no logra sacar de ello mayor provecho, he llegado a convertirme en una de las tres o cuatro personas más ricas de este maravilloso país. Aún me quedan modelos en fucsia y verde fluorescente, casi regalados.

viernes, 5 de marzo de 2010

El profundo mundo
cabe entero
en un pedazo de espejo roto.

Esta voz es como si fuera el silencio que nos redime.

Afuera se abre la noche en un abanico de luminosidades
y relampaguea como si
estuvieran naciendo o muriendo
inmensos seres de fuego.

Y la incapacidad de la voz condenada a ser menos que el silencio.
La luz serpentea entre palabras que ya nadie pronuncia.

Aquí está mi voz,
como si fuera mía,
lista para el sacrificio.
Las palabras que dijimos
las evoluciones consecuentes y necesarias a ese decir.

En un cabaret la materia es el testigo de un matrimonio.

Salvo que el cabaret no es un cabaret
nosotros no somos putas
y el tiempo no gime.

La persona que digo haber sido,
la distancia precisa del suelo a los ojos,
la condición indelegable de vértice,
me busca a tientas en la noche sin luz.
Sobre un piso lleno de inexplicables charcos de agua,
está en pantuflas que le quedan ligeramente chicas.

La casa es pequeña. Está llena de gatos que saben mi nombre.
No debería tardar en encontrarme.
Transcurre en el subterráneo
o en el sótano del Teatro Argentino,
pero en vez de ladrillos
hay palabras por todas partes.
Palabras que atrasan o adelantan,
palabras un número más chico,
la palabra "lombriz" cuando te olvidaste la carnada,
por ejemplo.

La palabra "opresión" entrando como una vedette
a un poema que es como el ring de boxeo
de un club chico de barrio pobre,
cuando ya se fueron todos.

Creo que el nombre que me designa es un adverbio
cuyo significado varía
porque tiene uno preciso para cada hora.

El camino a la cumbre está regado de los cráneos
de personas llegadas hasta aquí
siguiendo falaces itinerarios a la farmacia
revelados por perversos desconocidos sin ética.

La verdad está emboscada por ahí,
se deja suponer comiéndose los cimientos.

La gente devora vivos a los pájaros ciegos,
tal vez.

Alguien debería decir cosas así,
ayudan en la alta noche.