jueves, 20 de mayo de 2010

Moral

Este científico de apellido Gueiguer o algo parecido inventó su propio contador de la moral, porque era científico católico.
Luego de la apostasía -su invento hacía innecesario a Dios- fue científico y mercader, y su dinero fue ilimitado porque todo el mundo quería saber si lo que hacía era bueno o malo.
Y el mundo siguió siendo un lugar horrible, pero menos hipócrita.
Ahora bien, la gente supo. Ese saber pudo disparar el furor del mundo por la ciencia (porque el saber engendra saber, y por la innata tendencia del hombre a la emulación), y florecieron los inventos inútiles que amasaban grandes fortunas para quienes tenían el ánimo dispuesto a explotar las necesidades que la gente aparenta tener.
Progresivamente, como en un cambalache, ciertas valiosísimas minucias esenciales quedan tapadas por los colores chillones que sirven para promocionar las porquerías. Después de comprar mi contador Gueiguer de la moral, se me ocurrió inventar el famoso identificador de estúpidos, y aunque la gente no logra sacar de ello mayor provecho, he llegado a convertirme en una de las tres o cuatro personas más ricas de este maravilloso país. Aún me quedan modelos en fucsia y verde fluorescente, casi regalados.

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