viernes, 5 de marzo de 2010

El profundo mundo
cabe entero
en un pedazo de espejo roto.

Esta voz es como si fuera el silencio que nos redime.

Afuera se abre la noche en un abanico de luminosidades
y relampaguea como si
estuvieran naciendo o muriendo
inmensos seres de fuego.

Y la incapacidad de la voz condenada a ser menos que el silencio.
La luz serpentea entre palabras que ya nadie pronuncia.

Aquí está mi voz,
como si fuera mía,
lista para el sacrificio.
Las palabras que dijimos
las evoluciones consecuentes y necesarias a ese decir.

En un cabaret la materia es el testigo de un matrimonio.

Salvo que el cabaret no es un cabaret
nosotros no somos putas
y el tiempo no gime.

La persona que digo haber sido,
la distancia precisa del suelo a los ojos,
la condición indelegable de vértice,
me busca a tientas en la noche sin luz.
Sobre un piso lleno de inexplicables charcos de agua,
está en pantuflas que le quedan ligeramente chicas.

La casa es pequeña. Está llena de gatos que saben mi nombre.
No debería tardar en encontrarme.
Transcurre en el subterráneo
o en el sótano del Teatro Argentino,
pero en vez de ladrillos
hay palabras por todas partes.
Palabras que atrasan o adelantan,
palabras un número más chico,
la palabra "lombriz" cuando te olvidaste la carnada,
por ejemplo.

La palabra "opresión" entrando como una vedette
a un poema que es como el ring de boxeo
de un club chico de barrio pobre,
cuando ya se fueron todos.

Creo que el nombre que me designa es un adverbio
cuyo significado varía
porque tiene uno preciso para cada hora.

El camino a la cumbre está regado de los cráneos
de personas llegadas hasta aquí
siguiendo falaces itinerarios a la farmacia
revelados por perversos desconocidos sin ética.

La verdad está emboscada por ahí,
se deja suponer comiéndose los cimientos.

La gente devora vivos a los pájaros ciegos,
tal vez.

Alguien debería decir cosas así,
ayudan en la alta noche.